Una sombra que salta de tejado en tejado bajo una tenue luz plateada. Un alma solitaria y herida que ya ha aprendido a convivir consigo misma.
Ha oído gritos y risas malvadas, ha sufrido golpes y ha huido centenares de veces. Como la noche huye del día, es esquiva: un cuerpo ágil y escurridizo, que ya ha vivido suficiente como para saber que la desconfianza es vital.
Ha visto morir y desaparecer muchos compañeros, sabe que su vida no es más que una prueba de supervivencia. Siempre fue así, no ha conocido otra forma de vida; aunque confía en que, algún día, todo este sufrimiento hallará algún consuelo: quizá tan sólo una carícia sin malícia, una lata de algo rico, algo que no sea desprecio o miedo.
O quizá ese ser larguirucho de dos patas jamás será capaz de darle algo así...
El gato sufre una herida en el alma que no puede lamerse.
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