martes, 18 de septiembre de 2012

Una sombra más (castellano)

La primera vez que soñé con él creí que sólo era una sombra. Entre los árboles llenos de musgo y las hojas secas. Bajo aquella luz anaranjada del ocaso. Ante aquella Luna tímida que todavía no se atrevía a asomarse por el horizonte. Así, me pareciste una sombra más, una de aquellas que bailaban entre los árboles. Una de aquellas que escondían a los pájaros en sus nidos. Una de aquellas que llamaba a los lobos, aún perezosos. No apareciste al día siguiente. Tampoco al otro. No viniste hasta que la Luna menguó hasta desaparecer. Entonces el bosque ya dormía. El invierno había llegado. Todo estaba cubierto de fina nieve primeriza. Los pequeños copos se arremolinaban cerca de los troncos. Los pequeños copos iban de un lado para otro, agitados por el cortante viento. Sin duda, era un día bello. Y, aunque el cielo era gris, el Sol hacía llegar su luz.Y, aunque el cielo era gris, era un día bello.
 Y entre remolinos de diminutos copos de nieve. Y entre arbustos helados. Y entre musgo escarchado, por fin descubrí que no eras una sombra más. No, sin duda, no eras una sombra más. Puede que fueras el alma de la noche. Puede que fueras la mezcla perfecta entre belleza y oscuridad. En cualquier caso, aquel día te vi. Te vi y entendí que eras libre. Libre. Y aunque desease poseerte con todas mis fuerzas, no podría. Aquel día, te vi como te levantabas, orgulloso, sobre tus patas traseras y lanzabas un relincho de serenidad, de libertad rebosante. El relincho de un alma libre, siempre libre. Tus crines largas, negras como todo tu cuerpo, ondeaban entre los copos de nieve, como una noche plagada de estrellas. En ese momento, era imposible confundirte con una sombra más. Porque no había más sombras que tú. La Sombra. Y tan rápido como apareciste, te fuiste cabalgando entre los árboles brillantes, tapizados de blanco, dejando huellas marcadas en el suelo, tan profundas que se veía la oscura tierra que había bajo las primeras nieves. Desapareciste. La neblina te escondió. Pero habías dejado ya muy claro que eras libre y seguirías siéndolo.
No te volví a ver hasta la primavera. Todo era verde. Todo estaba lleno de flores. Todo estaba vivo. Tú también. Volviste a aparecer. Pero esta vez entre árboles verdes. Pero esta vez encima de un tapiz de flores y arbustos tiernos. Te vi cruzar el bosque. Como un relámpago negro. Galopando con elegancia. Rápido y libre. Te paraste y me miraste. Con esos ojos negros y profundos. Sabios y libres. Después seguiste corriendo. Galopando a tu aire. Oí tu respiración. Acompasada. Majestuosa. Confiada. Tranquila.
Desde entonces no te he vuelto ver. Nunca más. Eso me pone triste. No lo negaré. Pero también me alegra saber que sigues siendo libre. Y cuando quieras buscarme, lo harás. Y cuando quieras volver a dedicarme una mirada con esos ojos, lo harás. Con esos ojos profundos. Con esa respiración majestuosa. Con esas patas poderosas. Con esas crines orgullosas. Todo tú. Libre. Libre para siempre. Libre.