miércoles, 16 de septiembre de 2015

Despacio (castellano)

El mundo se movía despacio, demasiado despacio para su gusto. Ella, que estaba acostumbrada a un ritmo frenético, de repente le parecía que todo estuviese parado. Como siempre, todo había ido muy rápido, hasta que de pronto se detuvo. Los días fugaces de antaño parecían tan lejanos... 
Antes el sol salía y se escondía muy rápido, dando paso a noches igualmente cortas. Sin embargo, ahora parecía que el día no acababa nunca. Incluso su brillo era más mortecino y pálido. Y después llegaban las noches: horas eternas de oscuridad que pasaban perezosamente entre sueños intranquilos y silenciosas pesadillas. 
Ella no podía soportarlo ya más. Necesitaba salir, volver a dar sentido a los días, que su vida cogiese impulso otra vez para encontrar la velocidad adecuada y, lo más importante, tomar la dirección correcta. Aunque la llevase lejos de su hogar. Aunque la llevase más allá del horizonte. Aunque implicase ciertos sacrificios. Aunque no fuese fácil. 
 Pero mientras tanto, todo seguía girando a paso de tortuga. Tampoco podía culparle a él. Al fin y al cabo, ¿no había sido cosa de los dos? Creía que, con el tiempo, tendría perspectiva y las cosas parecerían más claras. Ah, qué gran error. Los límites y las dudas seguían difusos, en un limbo confuso que parecía no obedecer ni la cabeza ni el corazón. Así que tampoco tenía culpable.
 Poco a poco, esperaba que los días cambiasen. Poco a poco, esperaba que llegara el impulso que necesitaba. Poco a poco, esperaba que todo se acelerase. Poco a poco, esperaba la esperanza. Y, poco a poco, la esperanza llegó.