lunes, 20 de mayo de 2013

Ella y las palabras (castellano)

El pánico la inundó. Una fría garra oprimía su corazón, y ella lo sentía. Siempre había contado con las palabras, eran sus amigas, sus confesoras. Siempre habían estado allí. Cuando ella las llamaba, acudían bailando. A veces jugaban al escondite y se hacían las difíciles, pero siempre acababan llegando. Era una extraña amistad, ella y las letras, que nadie podía entender, más que ellas mismas. Supongo que por eso, construyeron un pequeño refugio donde sólo se encontraban ellas y allí se reunían cuando el resto del mundo parecía darles la espalda. Juntas escribieron bellas historias, las palabras se ordenaban y jugaban hasta encontrar el orden perfecto, la armonía justa.
 Pero ella comenzó a alejarse. Las palabras cada vez se volvieron más pequeñas dentro de su mundo, pues no había suficiente espacio. Ella no se dio cuenta, no se percató que las estaba dejando en un rincón empolvándose. Habían aparecido muchas cosas nuevas más emocionantes en su universo. Hay sueños que brillan demasiado.
 A veces, usaba las palabras, pero no las hacía bailar, sólo las usaba cuando le era imprescindible y luego las abandonaba. Pensaba que podría llegar a prescindir de ellas algún día. No se dio cuenta que el refugio se estaba desmoronando. Creyó que siempre estaría allí.
 Las palabras se sentían heridas y traicionadas, no podían comprender qué había sucedido. Por qué no jugaban ya con ellas. Qué habían hecho mal. Sólo había ruinas y bellos recuerdos por allí donde pasasen. No se atrevían ni a reclamar su atención y quizá ése fue su error. Pero, al final, cansadas de esperar se fueron. Una a una, se levantaban y desaparecían, dejando sólo su huella en aquellas historias que habían protagonizado tiempo atrás. El Adiós fue la última palabra en marchar y lo hizo con lágrimas en los ojos, temía que tuviese que dar la mano al Nunca y al Jamás. De pronto, quedó un vacío y un helado silencio que ella no notó.
 Pero tiempo después, todo cambió lentamente. Ella se sintió perdida y, confiada, llamó a sus amigas palabras en busca de consuelo y consejos. Pero nadie acudió. Y fue entonces cuando tuvo miedo. Fue entonces cuando comprendió que las palabras formaban parte de ella. Cuando el silencio y la nada la invadieron. Desesperada, gritó, lloró y suplicó. Comprendió que las palabras la habían abandonado. Visitó el refugio y entonces vio todas esas ruinas esparcidas. Las historias, que un día la habían hecho soñar, estaban arrugadas en un rincón, algunas páginas se habían ido volando con el viento. Ella quiso jugar sola, pero sin las palabras estaba rota y los juegos se convertían en patéticas obras sin sentido. Con una tenue esperanza, ella seguía llamando aunque las palabras nunca acudiesen. Al fin y al cabo, ellas eran parte de su alma y no se puede vivir sin un pedazo de alma.
 Y, después, de muchas noches de frío silencio y páginas en blanco, llegó un amanecer en que vio una mano tendida hacia ella. Era la cálida mano del Siempre que venía seguida por el resto de palabras. Ella cogió esa mano y jamás volvió a soltarla. 

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