domingo, 25 de marzo de 2012

El pájaro (castellano)

Era sólo un pájaro, un pájaro libre que volaba por el cielo. Tenía las plumas brillantes, blancas y marrones, y las alas más elegantes posibles de imaginar. Desde su nido veía el valle, el bosque cubriéndolo y las montañas que custodiaban aquel tranquilo pedazo de tierra. Con sus ojos amarillos, lo vigilaba todo y le encantaba sobrevolarlo dejando que fuese el mismo viento, fresco y aromático, quien lo llevase de un lado a otro.
Estando allí arriba, no era difícil ver qué pasaba y observar cómo los ciervos huían, asustados, de un oso que se había acercado demasiado, y por las noches como los lobos aullaban y corrían, presos de una salvaje y loca libertad que los embriagaba hasta el amanecer. Durante el invierno, todo se apagaba, se ralentizaba y se volvía blanco, tan puro que hasta dolía a los ojos.
Había muchos más pájaros, pero no dedicaban tanto tiempo a volar por el mero placer de hacerlo, por sentir el aire y el sol. A veces, el pájaro luchaba contra el viento para llegar a las cimas de las montañas; y es que el pájaro anhelaba llegar alto, muy alto y poder contemplar de cerca las estrellas, el sol y la luna, quería saber si el viento sería más fuerte y frío o si sería un sitio pacífico que siempre estuviese en calma, deseaba conocer si el calor del sol sería mayor allí arriba o no. Pero no podía llegar hasta ahí. Por mucho que batiese las alas, no podía separarse de los árboles, el viento no le dejaba pasar y sus alas acababan tan cansadas que lo obligaban a bajar a las ramas para recuperarse. ¿Por qué no había árboles allí arriba?
Y un día de primavera, despertó y se encontró con el valle exultante, lleno de vida, ruidoso y luminoso, colorido y con mil aromas distintos. Era hermoso, sin duda, pero aquel día el cielo era un azul tan intenso que cautivó al pájaro y la atracción que tenía sobre él se hizo irresistible. Así que voló, voló hacia arriba, siempre arriba y más arriba, a esa parte del mundo que quería conocer por encima de cualquier cosa. El viento tampoco se lo impidió, por lo que continuó durante tiempo y tiempo. El pájaro se sentía feliz, cada vez más feliz y prosiguió con su viaje. Pudo ver el sol de mucho más cerca que ningún otro pájaro e incluso divisó estrellas escondidas entre ese azul.
Pero, en ese momento, sus alas se negaron a continuar y empezó a caer y a caer... Todo a su alrededor era un torbellino azul y frío que lo arrastraba hacia abajo. Mas el pájaro estaba feliz, no necesitaba volar ya más arriba, había visto todo lo que quería ver y había sido maravilloso. Así que cuando vio que su vida ya tocaba a su fin no sintió pena ni miedo, porque ya había cumplido su sueño. Agradeció mil veces a sus alas haber sido tan fuertes y haber aguantado hasta volar tan alto, no podía imaginar nada mejor. Y si la caída era el precio a pagar por haber subido, caería hasta al valle, entre las montañas, y dejaría que el viento y el sol lo acariciasen por última vez.

1 comentario:

  1. Bellisima historia! Ese es el espiritud que debe tener cada ser humano. Intentalo siempre, pase lo que pase...

    Tienes un blog hermoso Eva y sus letras me gustan. Te sigo sin dudarlo!!

    Las puertas de mi blog estan abiertas para cuando quieras pasar.

    Saludos y se feliz!

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